Pablo lleva 30 años en México, allí trabaja y formó familia, pero no puede evitar venir de vez en cuando a Uruguay, su hijo, mexicano no lo entiende y le pregunta, – pero ¿qué vas a hacer allá?-, el le contesta que nada, simplemente tiene la necesidad de venir. Me comenta que el esta seguro que el que nace acá viene con un gen que le hace querer volver siempre, parece como una confabulación al puro estilo de “Un mundo feliz”.
Esto me recordó otra charla con un paisano de Río Negro, había estado casi un año trabajando en Barcelona, ganaba plata, incluso iba a comprarse un coche y llevar su familia, un día pasó por una guardería y al ver a los niños decidió que no quería que su hijo se criase entre cuatro paredes, prefería que aunque pobre, se criase con el verde del campo, se volvió.
Estos ejemplos los encontré por todo el país, gente desencantada, con necesidades, pero se resiste a tener que abandonar su terruño, pese a ello un 16% de la población ya emigrado.
Le he dado muchas vueltas al asunto, qué unirá a un gaucho del norte, un pescador del atlántico a un urbanita montevideano, no es la bandera, ni el asado, ni el mate, ni siquiera Artigas, lo que ha forzado ele desarrollo de ese gen en la escuela valeriana, ese proyecto llevado a cabo por un gallego masón que consiguió en el ultimo cuarto del siglo XIX la conversión del sistema educativo en uno de los más avanzados.