Amanecer oceánico

Divisé el océano por a media mañana, justo en la frontera con Brasil el Atlántico se abría ante mi en la Barra del Chuy, una inmensa playa asomaba detrás de la alta duna que la ocultaba, ya me iba haciendo falta ver mar después de 15 días de sólo ríos, arroyos, bañados, lagos  y lagunas, mucha agua sí, pero mansa como sin sustancia, aunque yo nací a la orilla de un río, el Plata es ancho como mar, el horizonte parece infinito y el agua es salidulce.

Desde aquí hasta Montevideo es una continua playa, con pequeño concesiones a algún cabo rocoso que permite el cambio de nombre, o sin la disculpa, de un modo arbitrario, dependiendo muchas veces del primer poblador o especulador que llegó a fundar.

Por el camino me detuve en Laguna Negra, el nombre le viene por el color de sus aguas, producido por sus fondos ricos en turba, rodeada de un bosque autóctono es un paraíso para la fauna, carpinchos, nutrias, armadillos, ñandúes e infinidad de aves, dicen que más de 200 diferentes.

De vuelta a en la costa paré en Punta  del Diablo, un antiguo puerto pesquero que conserva aún sus viejas viviendas de madera y paja al borde del mar, calles de arena y gente afanándose en preparar todo para el ya cercano verano, decidí quedarme allí, vi una posada sobre el mar, pregunté si tenían habitación y me encontré con una mallorquina que llevaba 20 años enamorada del lugar, estaba vacía y me dio la mejor habitación, un balcón sobre el Atlántico, la foto es el amanecer desde la cama.