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jueves, 8 de octubre de 2009

Se me ha plantado un lagrimón


El comandante anuncia que comenzamos a descender para aterrizar en Buenos Aires, entre las nubes que se van disipando empiezo a ver el embalse del Rincón del Bonete y la zigzagueante línea que marca el curso del río Negro hasta su desembocadura en el Uruguay, distingo Fray Bentos, más abajo Mercedes, Soriano, luego Nueva Palmira y Carmelo. Toda esa geografía que durante años estudié se descubría ante mis ojos, todos esos contornos que tanto perfilé con la ayuda de una plantilla de plástico, sobre las hojas del cuaderno de deberes, eran reales.

Llegué a la estación de Mitre con el tiempo justo de subir al tren casi en marcha par ir hasta la estación fluvial del Tigre, los vagones se zarandeaban continuamente sobre un amasijo de rieles oxidados, traviesas comidas por la podredumbre y mucha mugre por todos lados, aquello parecía que se sostenía por pura inercia. El recorrido de más de una hora, una decena de estaciones a la velocidad del tren Chuchú, pero muy divertido, continuamente subía y bajaba gente en cada estación, un paisano que había subido con su bicicleta, la levanta por tercera vez, mira para mi y me dice: "Lo ve, siempre me hace lo mismo, es que no le gusta ir en tren, se me cela". Sube un chileno cantando cueca con su charango e interrumpe el ensordecedor soniquete de los vendedores ambulantes, vendiendo lápices, medias, papas fritas, bayetas, soquetes,... cualquier cosa por la que se pueda pagar uno, dos o tres pesos, no más.

Fuera en los barrios que iba recorriendo, la gente se apresuraba para llegar a comer a casa, los bares desparramaban sus mesas pos las aceras como anunciando la reciente llegada de la primavera, los fruteros colocaban su colorida mercancía como si de un concurso se tratase, y toda planta y árbol entregaban a este paisaje toda su flor.

En el Tigre al fin subo a la lancha que me llevará, después de tres horas de viaje,  hasta Carmelo, el viaje por el delta es precioso lleno de casas y pueblecitos cuya única vía de comunicación son los innumerables brezos de la desembocadura, a veces estrechos, a veces anchos como el propio río.

Al final salimos a ese poderoso mar de agua dulce, al río de la Plata, en ese momento una enorme gota que se me había instalado en el lacrimal esa misma mañana, volvió a hacer fuerza para estallar, yo sorbía para adentro y ella clamaba por salir, todo el resto del camino mantuvimos la lucha, ahora ya me acostumbré a ella, y parece que ella a mí, hasta usa palabras de Zitarrosa y me canta que: "..quiere ser flor y me pide que la cuide como a un niño, eso me pide..."

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